Street photography y el transporte público

La street photography tiene que ver con el espacio en el que se desarrolla este estilo de fotografía, pero sobre todo es un concepto que alude a una actitud fotográfica. El street phographer es urbano y busca el encuentro con la actividad diaria, capta escenas perdidas en un contexto cotidiano pero las singulariza al destacar algún aspecto significativo de las mismas. Al proceder de este modo lo rutinario adquiere el valor de irrepetible. Esta es la paradoja contenida en la street photography.

Dicho posicionamiento fotográfico tiene diferentes campos de acción y en este libro hemos decidido centrarnos en los transportes públicos como el autobús, el metro y el tren. Estos medios de desplazamiento colectivo marcan la dinámica de las jornadas, mientras se convierten para nosotros en sets fotográficos móviles e improvisados. El contenido de las imágenes captadas va más allá de lo estético ya que también destilan una profusa carga de información antropológico-social. El lugar acotado del transporte público permite observar la relación espacial de los cuerpos y las reacciones de unas personas respecto de las otras, se descubre un código compartido en la manera en la que se miran y/o escuchan, pero sobre todo desvela los códigos por los que un/a pasajero/a se toca o mantiene la distancia con el resto de los cuerpos que le rodean.

Este tema de la corporeidad evidencia lo que Richard Sennett señala como el gran problema contemporáneo, siendo la privación sensorial una maldición que potencia la esterilidad táctil que termina afligiendo al entorno urbano. El frío sentimiento de extrañamiento que percibimos al entrar en un vagón de tren o en un autobús parece anclarse en ese miedo al roce con el otro. Cuando viajamos aplastados entre cuerpos ajenos sentimos que estamos en medio de un caos y lo rechazamos malhumorándonos. La búsqueda de la distancia con los otros pasajeros, la incomunicación voluntaria y deseada, pretende restablecer un código del orden; la falta de contacto reconforta al viajero porque se traduce en orden y control sobre el entorno, aunque onlleva el alto precio del aislamiento.

Alineadas con este discurso las imágenes tomadas en los transportes públicos suelen mostrar estados de ánimo ostracistas y circunspectos, viva expresión de un lenguaje que reprime por exclusión. La experiencia urbana queda documentada en la por medio de la síntesis entre la diferencia, la complejidad y la extrañeza. Es así que las escenas que hemos captado en los transportes públicos resultan ser bocados de realidad difíciles de digerir, ya que ilustran verdades poco amables, como es el hecho de atisbar que la diversidad, per se, no impulsa a los seres humanos a interactuar. La individuación descarnada ha derivado hacia el indivualismo urbano y al silencio de la ciudad. En consecuencia, en los transportes públicos experimentamos intensamente esta ausencia discursiva; la mirada ha sustituido a la palabra. Lo público del transporte, ese territorio compartido, es un espacio meramente visual, sólo hay cruces de miradas pero no hay palabras que dialogan, es más, cuando alguien habla con otro pasajero es enjuiciado a través de la silenciosa y acallante mirada de los demás.

Ya Rolanad Barthes nos advirtió sobre el repertorio de imágenes, cuando las personas nos encontramos con otras personas y las encasillamos como extrañas. De forma mecánica asociamos cualquier escena inusual a categorías generales, limitadas a encasillar dentro de estereotipos sociales, que generan la sensación de seguridad al reducir cualquier diversidad a lo idéntico, si algo se sale de la categorizaión homogénea genera un desorden y se tilda de extraño, de caótico y hasta de peligroso. El protocolo de seguridad se activa ante lo diferente y solemos recurrir a la in-diferencia, al distanciamiento tranquilizador del "yo en mi lugar y tú en el tuyo". La práctica extrema de este ejercicio termina por colocarnos en la pasividad de no mover un dedo por alguien que no sea yo.

El street photographer lidia con estas disquisiciones a diario, ya que intenta descubrir lo diferente entre el manto aparente de lo igual, por ello nuestras fotografías en transportes públicos intentan romper el miedo a tocar, a mirar, a aproximarnos al otro; queremos experimentar el entorno, nos atrae lo inusual y lo tangencial. Nos posicionamos contra la rapidez, la evasión y la pasividad, al tomar partido por medio de la documentación gráfica del acontecer rutinario. Para nosotros lo público está marcado por el entrelazamiento con los otros, de manera que nuestras imágenes rescatan el cruce de azares circunstanciales frente al discurso conservador del siempre lo mismo.

Las fotografías contenidas en este libro son un medio para problematizar los aspectos apuntados, haciendo uso de un posicionamiento estético compartido sin que ello nos haya privado de explicitar nuestras particulares líneas poéticas.

Godo Chillida