«Me disponía a explicarle a Marina la extraña aparición que había creído presenciar cuando ella se rió sutilmente y se inclinó para besarme la mejilla. El roce de sus labios bastó para que se me secase la ropa al instante. Las palabras se me perdieron rumbo a la lengua. Marina advirtió mi balbuceo mudo.
-¿Qué?-preguntó. La contemplé en silencio y negué con la cabeza. -Nada.» (Carlos Ruiz Zafón)